La independencia de Eslovenia jugó un papel histórico importante en la llegada del ‘nuevo orden mundial’ de la Posguerra Fría. Como fuerza motriz en la desintegración de Yugoslavia, sirvió de modelo para los nuevos Estados fundados sobre el nacionalismo étnico excluyente, anticipó la violencia que se prolongó durante los años noventa y fue un laboratorio para las intervenciones internacionales en la región.
El trabajo aborda el proceso soberanista esloveno a partir de las transformaciones ideológicas e institucionales emprendidas por la clase dirigente comunista. Cimentados sobre unas relaciones sociales con rasgos corporativos y una economía orientada hacia los mercados occidentales, los cambios emprendidos por las élites permitieron, a lo largo de los años ochenta, la incorporación gradual de actores políticos que iban desde los movimientos sociales alternativos hasta la derecha conservadora, coaligados alrededor de cuestiones como la defensa de la lengua, los intereses económicos de la república o la idea de la supremacía democrática que parecía representar Eslovenia. La federación yugoslava, desde esa perspectiva, era proyectada como una fuerza opresora, parasitaria y retrógrada. El desarrollo ideológico del proceso se institucionalizó entre 1990 y 1991,con la celebración de un referéndum de secesión, nuevas leyes para la estatalidad, la importación de armas en bazares internacionales variopintos y la restricción en el acceso a la ciudadanía. Coincidiendo con los cambios geopolíticos que llevaron a la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, y frente a una Yugoslavia paralizada por las presiones estructurales, geopolíticas y nacionalistas, las potencias europeas asumieron y justificaron el camino emprendido por Eslovenia.